En conmemoración de los 30 años de la Guerra de Malvinas, el investigador y escritor Claudio Meunier y Rafael Smart coordinaron un emotivo viaje a la Patagonia cordillerana para rendir homenaje a los pilotos que fueran parte del conflicto bélico. El grupo estaba compuestos por 12 pilotos de Fuerza Aérea y del Comando de Aviación Naval y algunos amigos que pretendíamos rendir honores a quienes con orgullo y desinterés brindaron sus conocimientos y sus vidas cuando así se les pidió.
No creo que sea el momento de discusiones políticas a cerca de la conveniencia o no de enfrentar a una potencia como el Reino Unido o de poner en tela de juicio la legitimidad de una acción llevada adelante por un gobierno de facto. Es que ellos -que fueron quienes arriesgaron su vida- no dudaron un segundo en ponerse al servicio de su patria y eso me parece que permite que -al menos por un momento- corramos el eje de lo político y nos centremos en los hombres. Sí cabe aclarar que desde el comienzo de la guerra de Malvinas nunca antes se habían reunido oficialmente a estos aviadores sin discriminar si pertenecían a una fuerza o a la otra. Quienes están interiorizados en el tema hablan de recelos, diferencias y rivalidad entre las armas, por mi desconocimiento anterior y por el espíritu fraternal que viví durante la semana que compartimos en las estancias de Cielos Patagónicos me parece también que no es momento ni lugar para abordar esas cuestiones. La camaradería y amistad fue inmensa durante nuestro viaje y lo sigue siendo hoy con cadenas de mails e invitaciones a continuar conectados en las que estos heroes se tratan como amigos.
El viaje comenzó en El Calafate donde el grupo era fervientemente recibido a cada paso que daba. Fuimos invitados a recorrer la intendencia del Parque Nacional, a hacer una excursión lacustre por el Lago Argentino en las inmediaciones del glaciar Perito Moreno, recorrimos el Museo Glaciarium y comimos una muy ricas empanadas en el Hostal Amancay que hospedó a todos los pilotos. Esa noche, como las siguientes abundaron los brindis y las emociones. Casualmente fuimos acompañados por 5 ex-conscriptos que al día siguiente partían a las Islas Malvinas.
Difícil se hizo dormir con la cabeza y el corazón recapitulando cada momento y cada anécdota pero lo logré. Ya el segundo día partimos hacia El Chaltén. Hicimos una parada estratégica en el parador de La Leona y luego seguimos en la caravana con la intención de recorrer el Parque Nacional, hacer una picada y comenzar a dar forma a los homenajes formales a quienes habían entregado su vida en la lucha por la soberanía argentina en el Atlántico Sur. El grupo se amalgamaba a cada minuto y las emociones eran cada vez más fuertes. Entrada la tarde continuamos viaje hasta la Estancia Los Huemules pasaríamos la noche. Allí -bajo el resguardo del Cerro 30 Años- se bautizó al asador «Malvinas Argentinas» y en la cena nuevamente los homenajes, los brindis y los agradecimientos.
A la mañana siguiente partimos hacia la Estancia El Castillo para bautizar la pista de aterrizaje «Pilotos de Malvinas», allí la familia administradora del campo nos recibió orgullosa y la emoción nos invadió nuevamente. El viaje continuó hasta la Estancia El Cóndor, desde donde haríamos el resto de las actividades. Muchas de ellas eran recreativas -picadas, pesca, cabalgata, caminatas- y algunas otras relacionadas con los homenajes dispuestos para el viaje. Así fue que nos dispusimos una tarde a llevar las placas en honor a los heroes hasta un hermoso bosque en el que descansarán hasta ser llevadas a los distintos picos que fueron bautizados con los nombres de los aviadores homenajeados. La ceremonia, por demás íntima, fue de lo más cálida a pesar de la temperatura y el viento. Alejandro Serret colocó una pequeña bandera argentina y hoy ese espacio les pertenece a todos aquellos que desinteresadamente dieron todo por su país.
Con el objetivo cumplido emprendimos la vuelta hacia El Calafate para que cada uno retomara sus actividades. Los pilotos retomarían -por la humildad que vive en sus corazones- ese anonimato que la indiferencia de una sociedad que solo mira para arriba y para atrás y no sabe reconocer en personas de carne y hueso a los héroes que día a día forjan un país.
Muchos héroes nos rodean y no los sabemos valorar hasta que pierden la vida. No solo nuestros veteranos de guerra; deportistas, políticos, médicos y un montón de personas que llevan adelante sus vidas con dignidad, entrega y patriotismo. Sería bueno que comenzáramos a desmitificar a nuestros ídolos y los reconozcamos en lo cotidiano de nuestras vidas. Un maestro que lleva adelante su tarea con orgullo es un héroe, los muchachos de Vialidad que cruzamos durante todo nuestro viaje hacen patria al trabajar alejados de sus familias y en condiciones climáticas adversas. Un verdulero que trabaja y vive con amor y dignidad debe ser para nosotros un ejemplo. Rescato principalmente eso de este viaje, la historia se escribe día a día, todos somos parte de ella. Vivamosla como tal.