Hoy se cumplen 8 años del incendio en República de Cromañon durante un show de Callejeros, por entonces una pequeña banda que venía en ascenso y que llenaba cada vez más locales, cada vez más grandes. Negligentes, corruptos y tipos sin mayor aprecio por nada más que por su bienestar económico hicieron eclosión esa noche. Habilitaciones truchas, falta de control, ausencia de equipos de seguridad, reventa de entradas y un montón de falencias más armaron una bomba de altísimo poder de fuego y una mecha tan pero tan larga que solo hizo falta un pelotudo con una bengala para que estallara la cuestión.
El resultado 194 muertos, familias destrozadas, padres y madres con problemas de salud que hasta los llevaron a la muerte, marchas, pedidos y algunos pequeños cambios en la noche porteña para intentar consolar a las almas que aún vagan en derredor del rock. Hoy algunos de los culpables están presos aunque como siempre, los que mayor aparato político tienen, siguen disfrutando de la libertad y principalmente de la vida. El caso más emblemático es el de la rata política de Anibal Ibarra quien volvió a ocupar cargos públicos y quien se da el lujo de opinar sobre cuestiones en las que él no reparó cuando era Jefe de Gobierno y la bomba estalló en Cromañon. Parece que Anibal se decidió a dormir en los laureles que le dieron al participar en el Juicio a las Juntas en 1985, como si eso pudiera estar por encima de la vida de los 194 pibes de Cromañon, o como si este papelón que hiciera frente a las cámaras de Canal 13 le dieran cada día más autoridad.
Como fotógrafo freelance estuve el 31 de diciembre en la puerta del boliche, en la morgue porteña y en las posteriores marchas que se hicieron en ese caluroso verano. Viví dos situaciones que me marcaron en lo profesional y desde entonces nunca más busqué generar situaciones como esas. La primera fue intentar hacer una foto de un padre que recibía atención tras desvanecerse producto de toda la incertidumbre que se vivía en las horas posteriores, apenas recuperó el conocimiento, el hombre logró clavarme la vista a través del lente largo (yo sentía que estaba lejos y que no molestaba, pero sus ojos negros enormes me demostraron lo contrario). La segunda situación tuvo que ver con esa mezcla de curiosidad y morbo en la que nos escudamos quienes tenemos que hacer fotos de todo lo que pueda representar la situación. Claro que muchas veces es la excusa de la profesión la que se pone como careta para en verdad saciar el ansia personal por llegar al lugar vedado para el resto. Eso me llevó a meter la cámara por uno de los vidrios de una ambulancia, la imagen es tal vez la que más me haga tener tanta bronca y tanto odio a todos los hijos de remilputas que por una coima o por inacción lograron que todos esos chicos hoy no estén entre nosotros.