El Cementerio de Cabo Blanco alberga unas pocas cruces y una figura de una virgen. Está a un costado de las grandes rocas que anteceden al faro y hasta ahora no pude saber quienes son sus protagonistas.
Era una de las misiones que tenía post viaje a la Manchuria pero que al llegar a Buenos Aires se vio demorado por el confinamiento obligatorio para prevenir el contagio de Coronavirus.
La zona la visitamos en marzo con un grupo de amigos con quienes nos aventuramos a explorar la meseta central del norte de Santa Cruz – La Manchuria- ya que aprovechamos para ampliar un poco la zona para poder disfrutar de algunos atractivos como el Faro de Cabo Blanco y visitar algunas estancias aledañas.
El cabo Blanco debe su nombre a las colonias de cormoranes de la zona. Su guano tiñe de blanco las rocas y por eso los navegantes españoles del siglo XVI lo bautizaron así.
El Faro fue operado por la Armada Argentina desde 1917 y servía de guía para evitar una zona rocosa en el extremo del Golfo San Jorge. Tiene unos 30 metros de alto y es imponente. Pasamos todo un día en la zona y es imposible no imaginar millones de historias. De hecho hasta Julio Verne hace mención del Faro en su libro «Veinte mil leguas de viaje submarino».
En el predio también se conserva la antigua estafeta de correos, un galpón y una curiosa cancha de rugby del «Tuithen-Gham» Pesca y Rugby Club, fundado por un grupo de alumnos de la Universidad Católica Argentina que se encargó del mantenimiento y puesta en valor de los edificios históricos.
Un programón para visitar, con rutas de acceso simple y a pocos kilómetros de Puerto Deseado. Conviene recorrer la zona caminando, hacerse una foto en «El Sifón», contemplar los pingüinos y lobos que descansan en la zona y pasear por sus largas playas de piedras.
La foto la hice con una Mamiya RB67 y un rollo 120 de Ilford FP4 Plus. Revelado y escaneado en casa en las largas noches de encierro que me están sirviendo para agarrarle la mano al Epson V600.