Y como recibí el aviso de renovación de dominio de GoDaddy, recordé que tenía esta .com y que acá me sale más fácil escribir que en Instagram.
Y por eso me decidí a compartir un poco del proceso que estoy haciendo con la CrownGraphic que traje del último viaje a Canadá en 2019.
Compré la cámara como parte de esta búsqueda dentro de la fotografía analógica que me embargó hace unos años, cansado de las cámaras digitales y del manejo de miles de archivos cada semana en SoyFinisher! Tanto trabajo en la computadora, me llevó a encasillar a las reflex digitales como «equipo de trabajo». De a poco fui volviendo a lo analógico, que fue como empecé a hacer fotos cuando tenía 14 años y compré una Zenit rusa que aún conservo. Hace unos años hice algunas pruebas con cámaras pocket de los 90´s y una tarde en la que andaba inspirado, cambié un lente que ya no usaba por una Mamiya RB67 que uso mucho en los viajes que hago en el Siam, pero que me cuesta sacar a la calle por lo grandota y pesada. Igualmente, fue el volver a los rollitos, al revelado y a toda esa mística, un renacer como fotógrafo. Al tiempo me hice de una Nikon F2 gracias al hijo de una azafata que traía cámaras usadas desde Estados Unidos y las vendía por Facebook. Semejante clásico no hizo más que enamorarme nuevamente a fondo de lo analógico, en cada viaje me llenaba de rollos blanco y negro que revelaba en casa, un día me animé a revelar color y entonces llené la puerta de la heladera de rollitos 35mm, 120 y hasta de alguna que otra cajita de Polaroid, porque me regalaron algunas de las míticas 600.
Y cuando ya no quedaba nada más para explorar -dentro de mi presupuesto-, empecé a mirar con cariño el gran formato. Y así fue que en julio 2019 fui a ver la Crown Graphic a Phototek en Montreal. No me terminaba de convencer por el hecho de que en Argentina es imposible conseguir película 4×5. Pero cuando en septiembre volví a viajar, el primer día libre fui a buscarla, un poquito manija, lo sé. La traje con una caja de Ektar de 10 y con un Ilford Delta de 100 hojas negativo blanco y negro. Se la llevé a Don Alberto porque sabía que semejante reliquia me iba a permitir afianzar la relación con este apasionado por la restauración, que a sus 92 años sigue volcando todo su conocimiento sobre los fierros viejos.
Y de repente la pandemia nos encerró y las que iban a ser unas pruebas en paisajes patagónicos a lo Ansel Adams, terminaron siendo fotos a las plantas de casa, y acá la primera de ellas. De movida quise ver qué tal el tema de la profundidad de campo y por eso esta toma en la que apenas unas flores están en foco.
El proceso es hermosamente lento, cargar las placas en cuarto oscuro, montar la cámara al trípode, poner el cable disparador, usar un fotómetro de mano, abrir diafragma y el lente, poner en foco usando una capa que te permita ver correctamente en el vidrio, cerrar el visor, cargar el respaldo con el negativo, sacar el protector, disparar, volver a tapar el respaldo y sacarlo. Revelar, secar y escanear. Recién ahí tenes la imagen, tan lento que enamora.
De las plantas, pasé a probar haciendo algunos retratos cuando la pandemia lo permitió y así le fui encontrando la vuelta a la 4×5.
En este último año y medio de encierro, en el que perdí todos mis trabajos e ingresos, me dediqué a pre producir Pasional, retratos con la CrownGraphic y entrevista en video a gente que hace lo que le gusta y lo vive con pasión. Pero de eso te cuento en algún posteo nuevo en estos días, veremos si logro el compromiso de dar fluidez a este blog, nos vemos pronto.